Masonería para Todos

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lunes, 23 de julio de 2007

EL DELANTAL GRANDE


Q.:H.: MARIO M ODICA LUCENTE
Cent.: Aug,.: y Resp.: Log.: SOL NACIENTE Nº 2


El Mandil, palabra de origen árabe que significa en español "delantal grande colgado del cuello", en inglés traducido como "apron", y en francés como "tablier" es la indumentaria distintiva del Masón, sin la cual no puede ingresar a trabajar en logia, y simboliza el delantal de los obreros.

Su origen como vestimenta asociada al trabajo se remonta a los mismos comienzos de la existencia humana sobre la faz de la Tierra. Lo que de alguna manera está simbolizado en la Biblia , cuando en el capítulo 3 del Génesis, versículos 21 al 24 dice: "E hizo Yahvé Dios para Adán y su mujer túnicas de pieles y los vistió. (21) Y dijo Yahvé Dios: "He aquí que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, conocedor del bien y del mal, ahora, pues, no vaya a extender su mano para que tome todavía del árbol de la vida, y comiendo (de él) viva para siempre" (22). Después Yahvé Dios lo expulsó del jardín de Edén, para que labrase la tierra de donde había sido tomado (23). Y habiendo expulsado a Adán puso delante del jardín de Edén querubines, y la fulgurante espada que se agitaba, a fin de guardar el camino del árbol de la vida. (24)".

Aquí las túnicas de piel simbolizan el cuerpo físico del hombre, en una visión terrenal, enviado desde el estado edénico de beatitud espiritual que representa su mundo interior, a trabajar sobre la Tierra , es decir a verter en ella sus más puras cualidades originarias del poder conferido por el Gran Ser Universal o Verdad Suprema. La espada flamígera, por su parte, es el símbolo del Supremo Poder Creador, latente en todo ser humano, encargada de abrir y custodiar el Camino a las más altas posibilidades de la vida.

El mandil es tomado pues por la Masonería para simbolizar el trabajo físico del hombre sobre la Tierra , a través del cual logre perfeccionarse y dominar el Arte de la Vida o Arte Real, a efectos de superar ese obstáculo supremo simbolizado por la espada, cuya función es custodiar el poder creador del hombre frente a las fuerzas inferiores que conviven en su propio interior.

Históricamente, además de encontrarlo en el texto bíblico citado, hay quienes sitúan al mandil en el antiguo Egipto asociado a las figuras de los Faraones, o entre los hebreos a los Esenios, quienes se parecían a los profetas por su manera de vivir signada por un particular misticismo, con algunas características similares a las tradiciones iniciáticas de la Augusta Orden que integramos.

La imaginación de algunos autores pretende vincular el uso de mandiles a tradiciones mitológicas, o totémicas y también se les atribuye su presencia en una leyenda de origen persa. A este respecto, curiosamente por cientos de años, la bandera de Persia tenía la forma de un Mandil, cosa que también ocurre con la bandera cubana que para muchos es simplemente un Mandil masónico, con la Estrella Flamígera en el centro de la faldeta roja.

Personalmente, habíamos experimentado antes de nuestro ingreso a la Orden una experiencia profana de uso de un mandil. Abusando de la generosa disposición del Taller, permítasenos relatar brevemente, Venerable M aestro, esa experiencia personal anterior.

Cuando ingresamos, hace un cuarto de siglo, a la organización internacional en la cual prestamos servicios en la vida profana, lo hicimos, a pesar de contar con varios años de estudios universitarios en la rama del derecho, en una modestísima posición en su taller de imprenta, la cual aceptamos, entre otras razones, por estar acuciados por la imperiosa necesidad de solucionar nuestra situación migratoria en el país sede del organismo, al cual habíamos viajado buscando mejores horizontes.

En dicha oportunidad se nos entregó un delantal de trabajo, para proteger nuestra vestimenta de calle y allí oímos por primera vez el nombre de mandil con el que lo designaban, en español, compañeros de varias nacionalidades sudamericanas, con quienes compartíamos la tarea. Si bien encaramos al comienzo dicha labor con entusiasmo y dedicación, máxime teniendo en cuenta que constituía nuestro primer trabajo regular, con el correr de los meses comenzamos a sentirla menos gratificante, quizás por razones de formación académica o de prejuicios originados en la tendencia imperante en nuestro país a desmerecer los trabajos artesanales.

Estuvimos cumpliendo esa tarea durante algo más de un año y luego fuimos promovidos a otras posiciones que nos permitieron ir desarrollando la carrera funcional que, con el correr del tiempo, nos permitió concretar ciertas metas en nuestra vida profana, con lo que no fue necesario seguir usando aquel mandil. Poder quitárnoslo constituyó entonces, una satisfacción, puesto que lo vinculábamos con la modestia de la función y la escasa remuneración percibida, además de que al hacerlo estábamos obteniendo nuestro primer ascenso.

Hoy, en el comienzo de nuestra senda iniciática, cada vez que ingresamos a trabajar en logia sentimos el renovado orgullo de ceñirnos esta vestimenta, único atributo que nos dignifica y nos proyecta hacia un mejor camino y una mejor opción de vida, simbolizando el trabajo con el cual buscamos perfeccionar nuestro ser interior en el ejercicio de la libertad plena.

Aún cuando lo percibimos como la envoltura exterior de la esencia de nuestro ser, no debemos despreciar jamás a este mandil simbólico por ser parte integrante y necesaria de la manifestación humana en la vida terrena, que nos conduce a la depuración gradual hasta alcanzar una existencia compatible con la presencia en nuestro interior del Gran Ser, parafraseando a Rousseau.

A propósito del autor ginebrino, a quien su comentarista el italiano Rodolfo Mondolfo, llama con cariño el vicario saboyano, encontramos en el Emilio --una de sus obras más señaladas, donde describe el ideal del ciudadano y el sistema naturalista de educación para forjar las mentes infantiles-- la exaltación del trabajo en libertad.

Juan Jacobo Rousseau lo describe como "la actividad del cuerpo, que trata de desarrollarse, y sigue la actividad del espíritu, que busca instruirse..."; "...que vuestro alumno no sepa algo porque se lo hayáis dicho, sino porque lo haya comprendido por sí mismo: que no aprenda la ciencia, sino que la cree. Si en su espíritu se sustituye la autoridad a la razón, no razonará ya; no será más que el juguete de la opinión ajena".

Nos incita a no buscar el bien propio en la opinión ajena, sino en la conciencia y en las propias obras: no fuera, sino dentro de nosotros mismos. Alentando una profunda conciencia de la dignidad de la naturaleza humana cuya espontaneidad y libertad constituyen un derecho del educando y una obligación de respeto por parte del educador y en definitiva un deber moral de todo hombre.

Rousseau plantea el principio de la personalidad bajo dos presupuestos: el desarrollo integral y la actividad libre, condiciones interrelacionadas porque sólo quien representa en sí una totalidad espiritual es capaz de ser libre y sólo quien desarrolla libremente sus actividades naturales es susceptible de convertirse en una totalidad integral. "Vivir --dice Rousseau en el Emilio-- no es respirar, es obrar, es hacer uso de nuestros órganos, de nuestros sentidos, de nuestras facultades, de todas las partes de nosotros mismos que nos dan el sentimiento de nuestra existencia".

Como corolario, digamos que todo el simbolismo masónico destaca la finalidad esencialmente operativa de la Orden cuyo nombre es sinónimo de construcción, elevando o levantando algo en el dominio, intelectual, moral y espiritual o en el de la realización objetiva. Así como el Mandil se coloca por encima de toda otra vestimenta, el Masón deberá ser, por encima de toda otra consideración, un trabajador, en el sentido más elevado. Es decir, aquel que concibe y realiza una obra o actividad inspirada o animada por un impulso o ideal cuya característica distintiva es el amor a esa obra emprendida.

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